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7 de octubre de 2013

CEREBRO ABDOMINAL, PIENSA POCO SIENTE MUCHO


Aquella noche el Dr. William Beaumont, fue consciente de algo que llevaba días observando, pero que no entendía. Como cirujano del ejército de los Estados Unidos, estaba acostumbrado a ver agujeros que mostraban partes internas del cuerpo, operando a los soldados hechos trizas de la batalla, pero aquello era distinto. Corría el año 1833 y atendía a un trampero llamado Alexis St. Martin, de una herida que le dejaba al descubierto el estómago. Se convirtió en el primer humano en estudiar en vivo el proceso de la digestión.
 

            Y lo que observó entonces, tiene su máxima vigencia en el momento presente. Reparó en que el estómago enrojecía o segregaba jugos digestivos en función del estado de ánimo de su paciente. Si éste estaba triste y decaído el estómago se relajaba y el tránsito se enlentecía. Por el contrario si estaba molesto y enfadado su estómago se contraía, mientras que si tenía un buen día y se mostraba alegre, el estómago estaba bien hidratado y con buen color. Sin saberlo, estaba sembrando las semillas de la actual corriente investigadora en relación al sistema nervioso entérico, o cerebro abdominal, y su relación con la psique.
 

            Y es que hace mucho que escuchamos sentencias tan populares como: “a tripa vacía, corazón sin alegría”, o “al hombre se le gana por el estómago”. Sí, ¿pero qué es realmente lo que ocurre en nuestro estómago que tanto tiene que ver con el estado de ánimo? Nadie discute que el estrés supone una respuesta de adaptación a unas circunstancias concretas, qué permite poner en marcha rápidamente los recursos, incrementando así la probabilidad de sobrevivir. Cuando las hormonas del estrés se disparan, el cerebro abdominal responde causando diarrea, vómitos y/o nauseas. Y esta respuesta tiene su explicación en la necesidad del cuerpo de liberar rápidamente todo aquello que le resulta nocivo, si esto se cronifica por efecto del estrés mantenido, surge un trastorno muy frecuente en nuestros días, el síndrome del intestino irritable.
 

            Pero más allá del estrés y su bioquímica, los estímulos que distienden el tubo digestivo activan regiones en el sistema límbico, en donde surgen las emociones y se percibe la angustia. Pero es que además nuestro aparato digestivo aprende, hasta el punto de que puede aprender a enfermar, como han puesto de manifiesto las investigaciones sobre la llamada pereza abdominal que lleva al estreñimiento. Y hay tan alta relación entre este cerebro y el que está en nuestra cabeza, que herramientas como la psicoterapia, se utilizan con altísima eficacia en el abordaje de patologías propias de la medicina digestiva, incluso con mejores resultados y menores costes económicos, que tratamientos habituales basados en los fármacos.

Doctor me duele mucho el estómago. ¿Ha visto usted ya al psicólogo?
 
 

25 de septiembre de 2013

LOS TRES CEREBROS HUMANOS


Michael Gershon (1998), de la Universidad de Columbia puso de manifiesto la existencia de un segundo cerebro en nuestro cuerpo. Estaría situado en capas de tejido que forran el esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon, y es capaz de influir sobre el estado de ánimo y sobre la salud. Es llamado cerebro entérico. Demostró cómo los mismos neurotransmisores, sustancias químicas producidas por las terminaciones nerviosas y que actúan como mensajeras entre las neuronas que operan en el cerebro, se encuentran también en el estómago. Por citar un ejemplo, la serotonina, importantísima sustancia que actúa, entre otras áreas sobre nuestro estado de ánimo, se produce ¡hasta en un ochenta y cinco por ciento en el cerebro entérico! y así hasta treinta neurotransmisores más. Pero no quedan aquí los descubrimientos, también se sabe que este segundo cerebro actúa de una forma bastante autónoma respecto del cerebro de nuestra cabeza, está conectado con él pero nadie le dice cómo ha de operar.
 
¿Significa eso que vamos a razonar con el estómago? De momento no es esa su función, pero cuando el entérico está “malo” entorpece la capacidad de funcionamiento del cerebro pensante. Su cometido está centrado en el control intestinal. Las similitudes de estructura y bioquímica entre ambos explican por qué los medicamentos destinados a los trastornos mentales afectan a los intestinos, y viceversa. Pero además de esta relación corporal, hay una experiencia de aprendizaje, la que se da entre nosotros cuando somos pequeños, y los adultos que nos alimentan, generalmente nuestra madre. Resulta que cuando nos da el pecho o el biberón no sólo calma nuestra hambre, emocionalmente nos reconforta, nos protege y nos da amor, de ahí surge una relación importantísima entre la alimentación y el bienestar emocional.

Pero no sólo con el estómago están relacionadas las emociones. Dice un refrán muy conocido: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero no es verdad. La investigación se muestra imparable en las últimas décadas y cuando de inteligencia se trata se puede afirmar que su sede está distribuida por todo el cuerpo, no sólo en el estómago, como hemos visto, también en el corazón.
 
¿Sabías que nuestro corazón posee sus propias neuronas? ¿Y que éstas responden a los acontecimientos que vivimos antes incluso que las del cerebro? Son aproximadamente un grupo de unas 40.000 células nerviosas las que conforman esta red neuronal, una minucia si las comparamos con el vasto número que hay en el cerebro, pero ejercen funciones importantísimas, independientes incluso del propio cerebro, muchas de las cuales están estrechamente unidas con nuestras emociones y también con nuestros actos. 

Además de neuronas, que le permiten aprender, tener memoria y actuar en consecuencia, el “músculo rey” posee sus propios neurotransmisores los cuales le permiten mantenerse en contacto con el resto del organismo, reforzando el lenguaje propio y primario del corazón, sus ondas. De hecho a través de las mismas envía toda su información e instrucciones al cuerpo. Siendo este el primer mecanismo de comunicación interna, incluso antes de que el cerebro esté formado, para que lo entendamos, la función pensante, es la última que adquirimos, la más evolucionada por tanto, pero no la única ni exclusiva.

 

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