26 de noviembre de 2013

LA IMPORTANCIA DE SABER ATERRIZAR (PERDER)


¿Quién no tiene en su historia de vida alguna experiencia que pueda llamarse fracaso? ¿Entonces es un fracasado? Según esto todas las personas somos fracasadas ¿no? Sin embargo, la persona es más que la suma de sus características, experiencias o conductas. Nunca lo olvides, en este sentido, todas las personas somos iguales, personas. Cierto que tenemos diferentes oportunidades y experiencias y nuestra personalidad tiene sus matices, pero estas diferencias lejos de hacernos menos humanos, nos aportan individualidad. Verse como un fracasado, conlleva sentirse fracasado y esta emoción, lejos de venir sola está acompañada y alimentada por otras que desvían tu atención del objetivo que pretendías. Cierto es que para levantarse de un batacazo muchas personas han de sentir que tocan fondo, y que este fondo pare su caída en picado. Bueno, es una manera de hacerlo, pero a mi entender una manera que resta muchísima energía por no hablar del sufrimiento que conlleva. La necesidad de entender nuestras limitaciones y saber perdonar, nuestros errores, es un recurso tan importante como la capacidad de sacar partido a las habilidades que poseamos.

Cuando uno no está acostumbrado a perder se encuentra, de repente, experimentando emociones que antes difícilmente vivía en sus responsabilidades: culpa, frustración, ira, miedo, etc. Parece que se hubiese acostumbrado a ganar tanto, que ya ni siquiera se permita reconocer que tarde o temprano la derrota llegaría, y claro, no estaba preparado para ella. Lo vivas con temor o no igualmente esta se presentará, tal vez la clave esté en encontrar ese equilibrio que te permita disfrutar y saborear de tus circunstancias aunque siendo consciente de las trampas que hay a la “vuelta”.

¿Cómo afrontar algo que no se espera y resulta doloroso? Cada persona tiene un estilo de vida propio, que depende de su actividad y características particulares, de sus creencias y anhelos personales, así como del nivel educativo y experiencias previas, etc. En base a esto organiza su vida y busca la satisfacción de la misma. Cuando por algún motivo se halla en una situación que pone en peligro su estatus, profesional, económico o relacional, es cuando toma mayor conciencia de los recursos de los que dispone y puede descubrir que no estaba preparada para lo que venía en camino.

Afrontar una situación, ante todo, conlleva valorar las posibilidades existentes para resolverla y sacar el máximo beneficio de la misma. Afrontar no es enfrentar, no conlleva luchar negando la realidad, pues la situación está ahí, por tanto si se quiere mejorarla hay que aceptarla tal y como se presenta. Lejos de resignarse o quedarse pasivo sin reacción, afrontar supone desarrollar una actitud activa y participativa.

Perder puede ser la semilla de un futuro éxito si te permites sacar partido ¿Cómo?

  1. Sólo tú puedes cambiar lo que piensas y sientes al vivir una experiencia de pérdida. Asume este principio y podrás empezar a cambiarla
  2. Si te lo permites puedes sacar un valioso aprendizaje de la situación que vives. ¿Vas a dejar pasar esta oportunidad de mejorar?
  3. Lo que te hace daño no es el fracaso en sí, más bien el valor que le das al mismo. Es decir, tu forma de pensar sobre el mismo
  4. Cada fracaso es una lección por aprender para llegar al éxito
  5. Potencia tu autoconfianza para encontrar alternativas o soluciones distintas, permitiéndote que estas, tal vez, no sean las que deseas
  6. Fortalece tus relaciones personales, busca ayuda y pide consejo si es necesario
  7. Aprende de otros, deja que tu manera de entender la situación asuma otras perspectivas y por tanto otras posibilidades
  8. Lucha, asume una actitud activa para transformar la situación, dedica tiempo y el cambio llegará
  9. Céntrate en tus objetivos, no los pierdas de vista y ten a mano caminos alternativos para llegar a ellos

 

23 de noviembre de 2013

LA DELGADA LINEA ENTRE EL EXITO Y EL FRACASO


Hay quien dice que el éxito es una historia de fracasos, o intentos, que en el último capítulo terminan bien, es decir que cualquier chasco ha podido ser un triunfo, si la última parte hubiera sido distinta. También ocurre que el éxito cuando llega dificulta ver los fracasos que han llevado a él, y en ocasiones parece que todo ha valido la pena si el final es feliz. ¿Significa esto que hemos de fracasar para alcanzar el éxito?
Pues no siempre pero, habitualmente es así, fracasar y tener éxito son condiciones inherentes a la propia experiencia vital, no hay una vida sin ejemplos de ambas situaciones. Estas ocurren como consecuencia de un cúmulo de variables, de las cuales nunca llegamos a tener el control absoluto, además de que el azar, la suerte llaman algunos, cumple también su papel, por ejemplo un reloj que se queda sin pilas la noche antes de una importante reunión, despertándose su propietario tarde y no llegando a tiempo a la cita. A veces otorgamos toda la responsabilidad a la misma “he suspendido las oposiciones, qué mala suerte he tenido” sin contar que las condiciones han sido iguales para tu compañero de mesa. Si bien con frecuencia somos capaces de controlar bastantes  aspectos que forman parte de nuestra conducta, es bueno no perder de vista que estamos limitados. Pues cuando la cosa no sale como se esperaba, podemos llegar a censuramos de tal manera que por un momento pareciera que todo dependía de nosotros.
 
Lo cierto es que de ti depende lo que con tu conducta o actitud puedas hacer o modificar, sobre el resto ya no tienes tanta responsabilidad. ¿Te das cuenta de la importancia de esta última afirmación? El caso es que en cualquier momento, a la vuelta de la esquina de la vida, puedes descubrir que todo da un giro repentino y altera tus planes. Y esto le ocurre a cualquiera, feliz o infeliz, alto o bajo,  optimista o pesimista, etc. Y más aun, pues el significado de la suerte siempre le corresponde a quien la vive, es decir es muy subjetiva. Estoy seguro que conoces a más de una persona cuyas circunstancias dirías que son envidiables y, no obstante, se siente desdichada, incluso al contrario, a quien aparentemente le ronda siempre la calamidad y sin embargo se muestra feliz y dichoso.                                                                                
Igualmente hay etapas de la vida que coinciden con aspectos madurativos y que en ocasiones se viven como crisis. Tras nuestro nacimiento viene una época de crecimiento y desarrollo importantísima que seguirá en distintos momentos de madurez, coincidiendo con la etapa adulta y luego la llegada de la vejez y la proximidad de la muerte. Generalmente es la cultura la encargada de señalar los pasos entre las distintas etapas, con rituales que despiden una y dan la bienvenida a otra. El simple gesto de recordar los cumpleaños o aniversarios desempeña esta función, ya sea pasar de niño a adulto, de trabajador a jubilado, o de residente en la casa de los padres a emancipado conlleva un momento de transición, de cambio y oportunidad que se puede vivir como un conflicto o como un fracaso. Y esto ocurre porque toda transición conlleva la sensación de pérdida, de que algo quedó atrás y ya no recuperaremos, además de la incertidumbre por lo que vendrá que puede llegar ser un freno si se vive con temor, temor al cambio. Igualmente si se vive como algo esperanzador o ilusionante es bueno permitirse extraer el aprendizaje oportuno.
Gestionar el éxito, es decir, aprender de él, es tan importante como gestionar el fracaso. Hacer una lectura en profundidad, tanto de uno como de otro, puede facilitar que nos volvamos a encontrar con lo mismo en un futuro cercano, o por el contrario lo evitemos. Y esto consiste en tener claro qué te ha llevado a él, siendo consciente de los recursos y las carencias que han facilitado o dificultado su consecución, asumiendo la responsabilidad del mismo, o negándola para dejarla en manos ajenas. 
Así, las expectativas de control que la persona percibe sobre los diferentes ámbitos de su vida, diferencia dos maneras de responder. Por un lado, quienes ante los acontecimientos se quitan la responsabilidad y por tanto, creen que poco pueden hacer. O quienes asumen la responsabilidad de su vida, y pueden hacer mucho por cambiarla. La diferencia entre una y otra actitud nos muestra personas que suele tener éxito de quien suele vivir en el fracaso. Si piensas que es cuestión exclusivamente de la suerte, entonces es que no tienes el menor control de la situación. Estas características suelen permanecer estables en el tiempo y están influenciadas por las experiencias vividas. Y si te fijas, a medida que evoluciona el ser humano, la importancia de la suerte en nuestras vidas va perdiendo fuerza, pues cada vez somos menos supersticiosos y más responsables de nuestros actos. Aunque siga habiendo muchas personas que achacan su suerte a condiciones externas y por tanto lejos de su control.
Así que ya sabes, puedes dejar que la suerte dicte tu camino, o asumir la responsabilidad de tus circunstancias y así posibilitar que el éxito esté más cerca. De ti depende.
 
 

15 de noviembre de 2013

¿Y SI LA FELICIDAD NO ES LA FELICIDAD?


-Maestro, qué conseguiré al alcanzar el Satori (iluminación)- le preguntó el joven monje a su mentor.-Conseguirás llegar a casa por la noche y dormir plácidamente- Le contestó éste.
 
Felicidad, no tenemos la fórmula. Y si la tuviéramos seguramente vivir sería mucho menos apasionante. Aunque hay intentos desde la ciencia de dar luz a la misma, de la Grecia clásica a nuestros tiempos. Si bien, en la última década ha habido un creciente interés de las investigaciones. Alimentadas éstas, en gran medida, por el auge de la Psicología Positiva y al amparo de su teorías. Entre la que destaca, básicamente, que la razón por la que tiene sentido vivir es para lograr ser feliz. Y este interés expansivo por su búsqueda hace que la imaginemos, que la queramos definir y describamos, incluso que la midamos.
 
En el año 2005, se desarrolló algo así como la fórmula de la felicidad, aunque me imagino a cada persona con su propia fórmula. Basándose en un diseño matemático, los investigadores desarrollaron la ratio de positividad, que así es como se llama. Describía la felicidad como una sucesión de experiencias positivas que se daban en la vida de la persona, resultándole gratificantes, placenteras, agradables. Y bien podía surgir de una experiencia emocional muy intensa, o de la suma de pequeños momentos. Concretamente señalaban que eran necesarios 3 acontecimientos positivos por 1 solo negativo para encender el motor de la positividad. ¿Solo?
 
 
 
 
Es tal la influencia de estas corrientes científicas en la sociedad, que a su amparo han surgido legión de profesionales y pseudoprofesionales, que de manera parecida al hazlo tú mismo, describen una felicidad, aparentemente al alcance de todos, pero que cuando uno examina detenidamente la letra pequeña, cae en la cuenta de la dificultad, por no decir imposibilidad de conseguirla. Como decía un afamado conferenciante internacional: “Huyamos de la preocupación, desterremos la tristeza, encierra el miedo en lo más profundo, pues lo mejor está por llegar, una vida plenamente feliz y optimista”.
 
Me parece imposible superar la adversidad sin esperanza, sí, pero también sin una cierta dosis de incertidumbre, igualmente ¿Cómo podríamos integrar las experiencias dolorosas, que nos permiten crecer y madurar sin tristeza?, ¿vivir sin miedo? Seríamos irresponsables en más de una situación, precisamente por faltarnos éste. ¿Acaso no nos sirve el enojo o la ira para defender nuestros derechos? Esta especie de buenismo infinito no parece ni humano, y puede convertirse en un deseo inalcanzable, precisamente por perseguirlo sin afán y queriendo dejar por el camino herramientas que son imprescindibles para obtenerlo. Se busca una felicidad idealizada, permanente, desmedida, que termina por convertirse en un sueño irrealizable. Esto causa frustración y dolor, por tanto no parece ser el camino a la felicidad buscada.

Ser feliz, por ejemplo, supone levantarse por la mañana y al abrir la ventana de la habitación, descubrir que ha llovido y cómo una grata sensación de humedad impregna el ambiente. Empezar el día saboreando una exquisita taza de cacao o puede que café, mientras tu programa favorito de radio suena de fondo. Implica sentir el placer de la caricia dada a tu animal de compañía, mientras inmóvil y agradecido, golpea suavemente con su cola el suelo. Escuchar el susurro de la tranquila respiración de tu pareja a tu lado, tal vez después de haber hecho el amor. Notar que una brisa invisible refresca tu cara al ir paseando por la calle. Descubrir cómo al perseverar en tus propósitos, consigues tus objetivos, y que por encima del elogio o reconocimiento de los demás, tú mismo piensas “¡bien hecho!”. Levantar el teléfono para hablar con tus amistades y más tarde coincidir en una agradable reunión, distendida, ociosa, quizás breve, pero con la promesa de volver a repetir. Notar que con un gesto tuyo de complicidad, surge la sonrisa de tu hijos y entonces te sientes íntimamente unido a ellos, y los ves crecer y conseguir sus metas, y piensas que todo esfuerzo vale la pena y volverías a repetir. Comer una vez más ese exquisito plato de pasta con salsa boloñesa, en un domingo cualquiera y la familia reunida…mientras se redescubre por enésima vez el álbum de fotos familiar y nos reímos de aquellas caras que teníamos, contando anécdota tras anécdota. Experimentar esa agradable sensación que nos invade cuando los párpados se sienten pesados y se van cerrando suavemente, frente al televisor o un libro, y entonces te sumerges en una placentera somnolencia, e inicias tu habitual siesta…Maravillarte una vez más por ese paraje que te rodea, ya sea verde y azul de bosque y cielo, ya sea azul y marino de cielo y mar, para zambullirte en el frescor de esa playa…
 
 
¿Y si la felicidad que necesitamos no es la felicidad que soñamos? La primera está a tu alcance, como le dijo el maestro a su joven monje, la otra, los que la predican sabrán.
 

5 de noviembre de 2013

RESILIENCIA, LA FUERZA ESTÁ EN TI

 
Esta poderosa y universal capacidad, pues todos la poseemos, nace en lo más profundo del ser humano, se expresa a través de la esperanza, la motivación al cambio, se alimenta del optimismo. De una manera extraordinaria nace en ese terreno baldío y tenebroso de la soledad, del abandono y el trauma, surge en el dolor. En lo cotidiano se refleja en quienes no se rinden, incluso cuando los resultados van en contra. La resiliencia va más allá de la resistencia, pues no se trata solo de soportar una situación de estrés mantenido, se trata sobre todo de sobreponerse al mismo. Las personas que han permitido a su resiliencia crecer y evolucionar, se manejan mejor en las crisis.
 
 



Decía la letra de una canción de los 80: “solo los peces muertos siguen la corriente”. Resiliencia supone esto, avanzar contra corriente, mantenerse en pie y con actitud de seguir peleando. De una manera dinámica, cambiante, buscando la mejor manera de adaptarse a los límites que la situación genera, un trauma, una enfermedad crónica, una situación de desamparo mantenida. Pero no se trata exclusivamente de una conducta que se pueda mostrar, los cambios que se experimentan son de tipo biológico, psicológico y social. Y estos permiten a la persona superarse.

         Pero no creas que me estoy refiriendo a cambios sobrehumanos o de otro tipo, para nada. Esta capacidad surge y evoluciona desde las características que habitualmente encontramos en el ser humano. La autoestima suele ser fuerte y flexible, es decir la persona es capaz de reconocer aspectos valiosos en sí misma y valorarlos positivamente, aunque estos puedan cambiar o desaparecer en el tiempo. Por lo general, sus actos y pensamientos se guían por sus propósitos, por tanto son personas con una importante autonomía. Pero nada desconectados de los demás, muy al contrario, se nutren y consiguen sólidos apoyos de su entorno. Eso supone además de recibir dar y ofrecer sus recursos.

         Como seguro has comprobado, cada vez que has intentado superar un obstáculo importante en tu vida, has necesitado responsabilizarte, tener una disciplina pero sin rigideces, con la mente abierta al cambio y a lo que está a tu alcance. Alguien dijo que cuando la suerte se va, hay que hacer más con menos. Y mira por donde, este es el espacio en el que la creatividad, soñar e imaginar un futuro distinto, tiene todo el sentido. Mientras esto ocurre, tolerar la frustración y soportar el desánimo será un precio a pagar.

         Aunque para poner esta increíble maquinaria en marcha, se ha de tener un propósito, un proyecto vital. Ese objetivo permite enfocar nuestra atención en lo que anhelamos, y modificar lo necesario para conseguirlo. Creer en nosotros, en nuestros recursos, en lo que nos ofrece el entorno, nos facilitará encontrar y utilizar lo necesario en nuestro desarrollo.

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