¿Es la genética o la cultura lo
que marca las diferencias emocionales que parece haber entre el hombre y la mujer? El
desarrollo emocional en las personas es un proceso con una influencia social
determinante e importantísima. Hay pocas, poquísimas condiciones en esta vida,
que determinen de forma tan drástica lo que somos como es el sexo que tenemos.
De hecho, una de las primeras preguntas que suelen hacer los padres que esperan
un bebé, en la consulta de ginecología es: “¿niña o niño?” y la
respuesta recibida determinará muchas de las condiciones de ese futuro bebé.
Por ejemplo, las expectativas que se creen, las emociones que se le permitirá
expresar con facilidad, el tipo de juegos, la apariencia y relaciones que se le
intentará inculcar y así un larguísimo etcétera.
Estos procesos de influencia del ambiente o procesos de
socialización son distintos para el hombre y la mujer, y el núcleo principal de
donde emana esta influencia es la familia. A la mujer se la prepara para
afrontar la vida desde una perspectiva de la afectividad, de la que el hombre
va a carecer, al menos de una manera tan refinada, él va a ser moldeado para la
acción. ¿Cómo se hace esto? Son numerosos los ejemplos diarios que puedes
observar, aunque culturalmente están superpuestos, como las tejas de una casa y
suelen pasar desapercibidos. Al niño se le prepara para la independencia de su
madre a edades tempranas, a través del juego se le somete a las duras reglas de
la competición y la búsqueda de la victoria, mientras que a la niña se la
prepara para la dependencia y a través del juego se desarrollan en ella habilidades
colaborativas y empáticas. El chico ha de convertirse “en un hombre” y se le
separa de “las faldas de la madre” antes que a la chica. Para esto ha de
aprender a usar la lógica y la razón dejando en un lugar secundario sus
emociones, volviéndose duro, o al menos aparentándolo. No hay nada como decirle
a un niño que llora “pareces una niña de tanto qué lloras” para que
empiece a controlar su llanto.
Menuda influjo,
esto ha reprimido emocionalmente a generaciones de hombres a lo largo de la
historia. Este tipo de experiencias ha limitado sus auténticas posibilidades de
crecer afectivamente de forma equilibrada. Pero no sólo en su represión,
también en la manifestación de las emociones hay un trabajo que deja una
profunda huella, pues a la mujer no sólo no se le censura su llanto o tristeza,
incluso se llega a reforzar protegiéndola cuando las manifiesta. ¿Dónde
desemboca esto? En el hombre en una dificultad para mostrarse triste o
deprimido, pero claro, el malestar sale por algún lado, por ejemplo la ira, que
además se considera varonil y masculina. Mientras que la mujer es entrenada
para dejar salir su tristeza y depresión (el porcentaje de mujeres deprimidas
es el doble que de hombres, aunque también es cierto que se las
sobrediagnostica en este sentido).
Se da también que la fisiología de la
mujer está más influenciada por los cambios hormonales, los cuales son cíclicos
y reflejan cambios en la experiencia emocional. Según la investigación reciente, que
estudia cómo las hormonas femeninas influyen en las mujeres, ellas están especialmente preparadas para la comunicación, la empatía y la
percepción emocional. Por el contrario, ellos lo están para la acción, sus
experiencias emocionales conllevan más actividad racional. Se sabe que cuando
los chicos y las chicas llegan a la adolescencia no hay diferencia en sus aptitudes
matemáticas y científicas. Sin embargo, cuando el estrógeno inunda el cerebro
femenino las mujeres empiezan a concentrarse en sus emociones y en la comunicación
interpersonal mientras que ellos se vuelven menos comunicativos. Si a esto le
sumamos los indicios que indican, cómo hombres y mujeres, a nivel cerebral
implican distintas zonas en su funcionamiento emocional. Más numerosas en el caso
de la mujer, que le llevan a tener una mejor facultad de evocar o recordar
experiencias altamente emotivas, podemos empezar a entender la base de estas
diferencias.
Estas diferencias también se reflejan en el diagnóstico de
los trastornos emocionales. A tal punto que podemos hablar de una tendencia a
diagnosticar según el género o diagnóstico masculinizado. Podemos comprobar que
hay una excesiva facilidad para señalar como ansiedad y depresión aquellos
síntomas que tienen que ver con cansancio o dolor físico, sin descartar otro
tipo de problemas. Y cuando es una mujer quien presenta estos síntomas el
diagnóstico y su correspondiente tratamiento psicotrópico está casi
asegurado. Es un dato, así lo constata la OMS al señalar que a las mujeres se les
receta con más frecuencia esta medicación psicotrópica que al hombre, cuando
presentan los mismos síntomas. La mujer, por otra parte, acude a buscar ayuda a
su médico mucho antes que el hombre, al que le cuesta reconocer un estado de
ánimo disfórico. Para colmo, es frecuente encontrar profesionales de la
salud con prejuicios de género y, por ejemplo, piensan que la mujer exagera en
sus quejas o que por serlo es más influenciable o débil que el hombre, entonces
bien no dan el tratamiento adecuado, o bien éste es excesivo respecto el
problema de salud que presenta. Estas diferencias encontradas tienen más
probabilidad de aparecer en sociedades industrializadas como la nuestra.
La impronta ajena
sobre las emociones, más allá de la biológía, va a moldear la presencia o
ausencia de unas frente a otras. Además de su abordaje y comprensión desde las
ciencias de la salud. Ser conscientes quizás nos ayude a eliminar las
diferencias y a entender cómo somos un poco mejor.
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