Desde el origen de la humanidad se ha defendido una postura que es
de dudosa utilidad, considerar que los seres humanos somos valiosos únicamente
porque tenemos éxito o logros. Y también se ha considerado lo contrario,
igualmente de dudosa utilidad, que valemos poco o somos incompetentes por no tener
o desarrollar al máximo nuestras cualidades.
Aunque diversas religiones asumen
una aceptación incondicional del ser humano, en la práctica son pocas las
personas que lo llevan a cabo, tan sólo algunas ejemplares, como la Madre Teresa
de Calcuta, entre otras. Lo cierto es que con la llegada de determinados
pensadores que hablan del valor humano por el simple hecho de su existencia,
empieza a cambiar el enfoque de siempre. Como dice la canción del Último de la fila: “…tanto tienes, tanto vales, no se
puede remediar y si eres de los que no tienes…a galeras a remar”, dando por
hecho que no hay remedio a esta postura, pero la hay, y ésta empieza por uno
mismo.
Aceptar lo que somos es un proceso de construcción, es una actitud
ante uno mismo y la vida. Muchas personas tienen la suerte de encontrar en la
infancia y la adolescencia aceptación por parte de los demás y esto, indudablemente,
facilita la suya propia, pero que esto ocurra con frecuencia no quiere decir
que sea una ley universal. De hecho, hay personas destacadas en su comunidad que se aceptan de manera incondicional y creen en sí mismas a pesar de encontrar poco apoyo durante la mayor parte de su vida, e igualmente, hay personas con claras deficiencias y carencias que no dominan la vida y sin embargo, su autoestima es muy positiva. Otras personas, por el contrario, siguen intentando aceptarse en la etapa adulta sin conseguirlo.
¿Se te ocurre alguna razón por la que aceptarte?
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