Ana se levanta de la cama todas
las mañanas a la misma hora, antes de las ocho. Para entonces no ha dormido ni
cuatro horas. Si hay algo que caracteriza sus sensaciones al despertar es el
dolor. El dolor de su cuerpo como un todo, y de partes de éste, de una manera
brutal. Hasta la incapacidad. Se siente continuamente bombardeada por una
estimulación dañina, que estresa sin parar su Sistema Nervioso. Y para colmo de
males los tratamientos habituales apenas le ayudan.
¿Qué dolor es el de Ana? Da igual, dolor es dolor. Cuando
hablo del mismo no me refiero a algo inconcreto, teórico, estoy aludiendo a
todo lo que lo manifiesta. Cáncer, artritis, migraña, neuralgias, dolor del
miembro fantasma, dolores faciales, lumbar, quemaduras, fibromialgia, etc. A
medida que estos avanzan en el tiempo, se van produciendo cambios en la persona
y en su entorno. Cambios físicos y psíquicos. Desde esta complejidad, al
hacerse crónico, el dolor se convierte por sí mismo en un síndrome al que hay
que prestar atención desde diferentes perspectivas. Esto incluye pensar en introducir
cambios en los planteamientos terapéuticos.
A fin de cuentas, la mayoría de los dolores que se mantienen
en el tiempo, lo hacen porque los tratamientos no han funcionado. Y
es que el dolor es, posiblemente, la forma más universal de estrés que existe.
Y su comprensión ha experimentado cambios importantes a lo largo de la
historia. Hasta llegar a una aproximación biológica-psicológica-social, que
enfatiza la existencia de múltiples factores que interactúan creando y
manteniendo la experiencia dolorosa.
Es decir, además de percibir el dolor,
pensamos sobre y desde él. Nuestras emociones y conductas se alimentan del
mismo y esto se refleja en la manera que nos relacionamos. Y como no se ve,
pasa desapercibido.
No obstante es muy real. Al igual que Ana, en Europa 1 de
cada 5 adultos vive con dolor crónico. Esto viene a ser una persona por cada
tres hogares. Tanto sufrimiento merece toda la atención y dedicación, humana y
profesional. Aunque la realidad nos muestra con cierta frecuencia, que los
profesionales también podemos tener una visión limitada sobre lo que implica la
experiencia de dolor y los tratamientos para su manejo. Insistiendo una y otra
vez, en las mismas soluciones que en el tiempo se muestran ineficaces.
Generalmente las propias de nuestra disciplina.
Sin embargo, ya existen evidencias de que vivir con dolor
crónico es más fácil y llevadero, cuando se aborda desde diferentes
perspectivas, que se integran y mejoran mutuamente. Y esto es así porque no parece haber un solo tratamiento eficaz, algunos además restan capacidad en áreas importantes de la persona.
Aquellos que han mostrado una elevada
eficacia son los que tienen en cuenta tanto al dolor, como a la capacidad
funcional, el estrés psicológico y
otros síntomas de éste.
Por eso hay que dar
cabida a todo aquello que funcione y si no sabemos que lo hace, estudiémoslo. Mientras
ofrezcamos todo lo que suma al principal protagonista, la persona. En esta
ocasión, nadie tiene la verdad absoluta.